La hojas-bellas

Ana la rana deseaba escribir en una “hoja-bella”, esto por una historia que alguna vez le contó su abuelo.

“…Así que, una vez escrito algo en ellas, cualquier cosa puede cumplirse.”

Ana la rana, después de escuchar a su abuelo se dedicó a observar, esperando ver una hoja-bella desprendiéndose delicadamente de algún árbol, risueña, juguetona y planeadora.

De tanto observar, Ana aprendió a clasificarlas.

Existen las hojas que caen directamente al suelo, pesadas y tristes, hojas que caen sin mecerse, hojas que no juguetean, que no ríen y que no planean.

Estas hojas, Óscar, no funcionan, además me recuerdan que debo evitar ser como ellas.

Existen también las hojas que caen revoloteando a grandes velocidades, girando y deteniéndose, pero entretenidas tanto en sus movimientos veloces que se olvidan de jugar, reír y planear.

Estas hojas, Óscar, tampoco funcionan, simplemente las veo caer pensando que por sus movimientos acelerados, dejan en el aire toda alegría que alguna vez tuvieron y cuando tocan el suelo, se secan y es imposible encontrar en ellas belleza y por tanto imposible escribir algo bello en ellas.

Pero no todo está perdido, Óscar, hay un tercer tipo de hojas, unas hojas de las que me ha hablado mi abuelo, unas hojas que se desprenden suavemente del árbol, no por culpa del viento, sino que caen ligeras y por voluntad propia y existen con el propósito de que se escriba algo bello sobre ellas. Una vez escrito en la hoja, se cumplirá cada una de las palabras. Estas hojas, pon mucha atención para identificarlas Óscar, son hojas que juegan, ríen y planean mientras caen…se les llama hojas-bellas.

Era la felicidad de imaginar estas hojas-bellas y la forma en la que recorrerían lentamente la distancia del árbol al suelo, lo que hacía sonreír a Ana la rana.

Esperaba paciente por ellas. Es cierto que nunca había visto una hoja-bella, pero siempre se mostraba esperanzada.

Óscar la mosca, quien había estado muy silencioso, comenzó a reírse de ella.

Ana, no puedes perder el tiempo esperando por esas hojas, para mi que tu abuelo te dijo una mentira.

Mi abuelo no miente y yo creo en las hojas-bellas, Óscar.

Oscar la mosca seguía riendo.

Pero Ana, ¿por qué no nos olvidamos de las hojas y vienes a nadar conmigo al río?

No puedo, quiero estar pendiente por si veo la caída de una hoja-bella para escribir sobre ella un deseo.

Pero Ana, por favor ven conmigo las hojas bellas no existen, son todas iguales, hojas tristes que caen al suelo, nada más.

Ana, lo miraba desilusionada.

Esperaré día con día por las hojas que juegan, ríen y planean Óscar.

Está bien, como quieras, estaré en el río. Adiós ranita Anita.

Todo el tiempo pensaba Ana la rana en las bellas palabras que en la hoja escribiría.

Ana esperaba paciente. Pero pasaban los días y las palabras de Óscar comenzaban a hacerla dudar. Un buen día, cuando parecía que las hojas-bellas no aparecían, cerró los ojos y las imaginó con todo su corazón cayendo del árbol, jugando, riendo y planeando. De pronto, escuchó una pequeña risita. Ana abrió los ojos y ahí estaba, la hoja que tanto había esperado caía lentamente, brillando y danzando. Tan feliz como lo estaba Ana en ese momento.

¡Óscar! ¡Óscar! Ha caído una hoja-bella y en ella escribiré unas bellas palabras que se harán realidad

Ana por favor, sigues con eso, deja las hojas y las palabras, vamos al río a nadar con las rocas.

En unos momentos te alcanzo, tengo que escribir algo en la hoja-bella.

Ana yo no veo nada, déjalo ya, vamos que la lluvia se acerca.

¿Por qué no crees en las hojas-bellas Óscar?

Anita, no se, pero hay tanto más que hacer en esta vida que perder el tiempo con cuentos.

Pero no he perdido el tiempo Óscar. Mira, la hoja-bella, aquí está, valió la pena la espera. Mira, lee lo que he escrito por favor Óscar mosca.

Está bien, lo haré luego, pero vamos a nadar ranita.

Fingió tomar la hoja, que el no veía, y simuló guardarla en su bolsillo. Ana nunca se dio cuenta. Óscar tomó de la mano a Ana quien lucía contentísima y se enfilaron rápidamente hacia el río.

Óscar la mosca y Ana la rana, nadaron felices, salpicando las rocas y bailando con la corriente durante largas horas.

Ana confiaba en que la hoja-bella realmente cumpliría su deseo.

Ana preguntó antes de aventarse un clavado, a Óscar la mosca, si ya había leído lo que había escrito en la hoja-bella. Aún no, contestó Óscar jugueteando con el agua. Ana se entristeció a tal grado que comenzó a llorar. Óscar, preguntó Ana la rana ¿por qué no crees en la hoja-bella? Óscar, se sacudió el agua del cuerpo sonriendo, se despidió de Ana la rana con un apretón de manos y se alejó volando.

Óscar se sintió muy triste esa noche. Se fue a la cama sin mirar caricaturas, se puso la pijama, suspiró profundamente, miró las estrellas e intentó dormir, cosa que le resultó imposible, pues los segundos pasaban y Óscar la mosca se sentía cada vez más triste por no poder ver la hoja-bella y sobre todo por no haber creído en su amiga, Ana la rana.

Cuando estaba quedándose dormido, Óscar la mosca sintió que algo volaba por su cuarto. Tuvo miedo y se escondió debajo de las cobijas. De vez en cuando sacaba sus ojitos para observar la habitación pero regresaba rápidamente a esconderse en su cama. En un movimiento veloz, Óscar saltó y prendió una vela que iluminó todo su cuarto. En ese momento la vio.

La hoja-bella; riendo, jugando y planeando… Se quedó paralizado, estático, sorprendido por poder ver la hoja-bella; unos segundos después buscó atraparla, luego de varios intentos, al fin la tuvo en sus pequeñas manos. Al abrirla y leer lo que había escrito Ana la ran, Óscar sonrió...

En ese momento se sintió conmovido por tener una amiga como Ana la rana.

“Qiero qe mi amigo oscar crea en las ojas bellas” decía la hoja-bella de Ana la rana.

No era el deseo que podría haber obtenido de la hoja-bella lo que le importaba a Ana la rana, sino compartirlo con su mejor amigo, para que él también creyera.

Óscar la mosca; en ese momento cerró los ojos y durmió profundamente con una sonrisa en la boca.

Esta historia, fue verdaderamente escrita en una hoja-bella por mi amiga Ana, si no me creen, esperen a que un día, entre volando por sus ventanas, riendo, jugando y planeando una hoja-bella y probablemente entenderán como yo y como Óscar la mosca, que al final, vale la pena creer.

De asesinatos literarios

De asesinatos literarios. Contra una hoja en blanco, no queda más que escribir.

Siendo los escritores seres humanos, no están exentos de temores [ni de tendencias homicidas]

El otro día estuve sentado, observando una hoja de papel, tratando de tomar valor para escribir algo en ella. Una letra-palabra-idea-cuento/novela. En ese orden. Sin embargo, por un instante me paralicé -y que terrible sensación aquella- fui desarmado por la hoja. Me sentí desnudo con dedos índices señalándome por doquier como en un escenario teatral con uno que otro tomate golpeándome el cuerpo. No existe nada más atemorizante para un escritor [o en dado caso para un preso, un loco o un árbol] que enfrentarse a una hoja en blanco. Punto. Una hoja en blanco, analizándola fríamente no es una simple hoja en blanco. Se metamorfosea. Muta. Se convierte en un ente que observa retador y un tanto risueño y burlón, mientras lo miras perdido, tronándote los dedos o encendiendo cigarrillos continuamente, perdiendo el aliento, rascándote la cabeza o silbando alguna melodía de algún film en blanco y negro. Te hace flaquear tratando de hilar dos o tres palabras que juntas conformen una frase decente para comenzar el trazo. Ya ni se diga de crear un buen párrafo y mucho menos un buen cuento.

Se retoma la compostura y se recobra el aliento conforme las ideas se van articulando. El trazo fluye y para la hoja ha llegado el turno de sufrir. Los dedos índices comienzan a retraerse, el escenario se desvanece y los tomatazos van disminuyendo. La mirada retadora va siendo tapada por las letras y la sonrisita burlona va da desapareciendo lentamente... La hoja en blanco va dejando de ser una hoja en blanco y pasa por el dolorosísimos proceso de convertirse en un albergue definitivo de letras. Es en este preciso momento en que el escritor se ha convertido en asesino…

Habrá que esperar a que las hojas se revelen y conformen una legislación para evitar que los escritores queden impunes dedicándose a la vagancia y al asesinato. Pero mientras eso sucede, puedo vivir libremente con tendencias homicidas de aspecto literario…

Los Fantasmas también bailan claqué

La noche, fría y húmeda por la lluvia previa del día, desprendía su olor característico. La serenidad nocturna, adormitaba los espíritus humanos apagando los sonidos provenientes de sus pasos, sus voces y sus autos.

Mientras hablaba a la distancia con su enamorada, como lo había hecho desde aquel 17 de julio, en uno de esos momentos de confusión provocado por las conexiones satelitales, ella mencionó por primera vez el claqué.

-¡Que sí! ¿No lo oyes?

Son unos soniditos tímidos que golpetean alguna superficie, son casi imperceptibles, pero yo si los oigo.

La comunicación se perdía.

Ella seguía mencionando el sonido del claqué y los fantasmas que lo bailaban.

El negaba el claqué y por supuesto a los fantasmas que lo bailaban.

La plática tomaba direcciones diversas alcanzando puntos de absoluta dulzura, belleza y verdad. Entre besos que volaban y se postraban en las mejillas y labios del otro, las caricias que rozaban sus cabellos y las miradas que se perdían en las profundidades de las pupilas contrarias, creando ambientes multicolores en las conversaciones a distancia, que sólo ellos podían percibir a través de la entre cortada comunicación, así, se alcanzó la perfección absoluta.

De pronto, el viento comenzaba a impacientarse, meciendo las ramas y junto con ellas su sueño.

-Besos. Hablamos pronto. Un te amo y todo quedó en silencio.-

Él no dejaba de pensar en ella. Cuando cerró los ojos, escuchó al fondo, junto al viento la vocecita de su amada que lo mecía dulcemente.

Sonrió. Suspiró y se giró para dar paso al sueño.

Tímidamente y a la distancia, el tema del claqué y la voz de su amada lo hicieron soñar las más hermosas figuras llenas de luz y palabras doradas.

En el fondo del todo, escondido entre las figuras luminosas y las doradas palabras, sobre un pequeño escenario de madera apenas iluminado, 2 corazones fantasma bailaban claqué.

Tentó el suave césped que aparecía, según donde pisara, con la punta de los dedos y se sentó pensando que jamás se había sentido tan cómodo y pleno. Pasó largo tiempo de su sueño sentado, contemplando embelesado la figura traslúcida de aquellos corazones que bailaban claqué enamorados.

Al despertar de aquel sueño, con un sentimiento de felicidad absoluto, murmuró sabiendo que ella lo escucharía a la distancia:

Somos esos corazones, mi amor, unidos entre sueño y realidad, esos corazones de fantasmas a temporales que por cierto, también bailan claqué....